TAMAULIPAS.- Con la puerta corrediza abierta, una van reluciente corta el viento en la carretera Reynosa-San Fernando. Cuatro o cinco veces recorre los mismos 20 kilómetros por los que caminan, desperdigados y con los pies desechos, cientos de haitianos que se acercan a su primer destino: la frontera tamaulipeca.
Al volante, la señora que presume alaciado perfecto y gafas oscuras, no es la única que abrió las puertas de sus vehículos a las familias migrantes. Convocados en las redes sociales o espontáneos que pasaban por ahí han organizado un operativo de traslado que parece cronometrado. Cansados, los haitianos retacan los asientos, las cajas de las camionetas.
Donde caben cinco caben diez. Los automovilistas hace tiempo que vencieron el temor infundido desde muy temprano por la autoridad migratoria: transportar a extranjeros indocumentados puede configurar un delito.
Eso les han dicho los mismos agentes migratorios que un día antes, en las inmediaciones de San Fernando, decidieron bajar de los autobuses a más de 400 haitianos que habían pagado su boleto para llegar hasta la frontera. Desde ese momento empezaron las muestras de generosidad de los habitantes de la región.
Mientras las redes sociales se volvían escaparate para la peor de las xenofobias y el más imbécil racismo, la gente de carne y hueso de Las Norias, Burgos, Cruillas, San Fernando, Periquitos, salió a la carretera a tenderle la mano a una caravana conformada por familias enteras, muchos niños incluidos. Recorren los mismos caminos por los que han pasado cientos de miles de migrantes hacia el norte del estado.
Como difícilmente saben dónde están, tampoco tienen noción de las tragedias que han marcado la historia de esta región. Pero los habitantes de esa localidades, que hoy llenaron sus pickups con agua y lonches para convidarlos, sí entienden el significado de esta caminata, porque ellos mismos habrán sido víctimas de la violencia que sacudió a esta parte del mundo.
Por eso, o por mero gesto de humanidad, vencieron al miedo y aquí están, apoyando a estas familias que ya lograron cruzar -casitodo el país y solo necesitan un último aventón.
El “operativo traslado”, organizado sobre la marcha, recoge a los migrantes rezagados después de haber cruzado la “Y”, y los acerca a Reynosa, pero con mucho cuidado de dejarlos unos 500 metros antes del sitio donde la Guardia Nacional instaló un retén con decenas de elementos.
Nada más pueden hacer por ellos los generosos automovilistas que para volver rápido por otros grupos, no se esperan a escuchar una de las palabras en español que sus pasajeros han aprendido: “gracias”. A partir de ese punto, todo se vuelve confuso.
Algunos aceptaron subir a los autobuses del Instituto Nacional de Migración para llevarlos a la estación migratoria; otros prefirieron esperar la noche, para intentar entrar a la ciudad de madrugada. Unos cuantos decidieron acampar ahí, porque Reynosa está cerca, pero Estados Unidos todavía se ve muy lejos.